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Hornear la pizza perfecta

Reglas de oro para una pizza perfecta

 

Hay una felicidad especial que nace de hacer tu propia pizza. Parece sencillo, pero enseña paciencia, equilibrio y amor por el detalle. Nunca es solo masa y toppings: es el tiempo, la temperatura y ese primer borde dorado saliendo del horno. Momentos sencillos que saben a pura alegría.

Pero quien lo ha intentado lo sabe: la pizza es arte y ciencia. Un pequeño error —demasiada salsa, la masa demasiado fría, poco calor— y ese sueño de una pizza burbujeante y crujiente se convierte en algo plano y pesado. La perfección empieza por entender el proceso, la paciencia que requiere y contar con las herramientas adecuadas que facilitan hacerlo bien.

El alma de cualquier pizza es la masa. Una mezcla de harina, agua, levadura y tiempo. Usa harina de fuerza (como la harina Tipo 00 o panificable fuerte) para un buen desarrollo del gluten, porque eso da esa corteza masticable y aireada. Y, por supuesto, necesita una hidratación correcta. En torno a un 65–70 % de agua respecto a la harina consigue una masa húmeda y extensible que hornea de maravilla. ¿El mayor secreto? Déjala reposar. Una buena masa no se hace en una hora: necesita un levado lento y en frío en la nevera para desarrollar sabor y textura. Deja la masa al menos 24–72 horas en la nevera. Ese levado pausado desarrolla aromas complejos y mejora la digestibilidad. Mucha gente acelera este paso pensando que puede saltarse un día o dos, pero la paciencia es lo que convierte una base sencilla en algo aireado y sabroso. Cuando la manipulas con suavidad y la estiras a mano, conservas las burbujas de aire para un cornicione ligero e hinchado (borde exterior).

La mejor salsa para pizza es la más simple: tomates San Marzano maduros, una pizca de sal, un chorrito de aceite de oliva y quizá un toque de albahaca. Y ya está. Deja que el horno haga el resto.

Y, por supuesto, las coberturas. Aquí es donde muchas pizzas se estropean. Tienta echar todo lo que te gusta, pero el secreto es la moderación. Menos es más. Mozzarella fresca, unas rodajas de tomate, un toque de orégano: lo justo para complementar, no para tapar. Las grandes pizzas no van sobrecargadas. Son equilibradas, ligeras y bonitas.

Por último, el horneado. Hornea intenso y rápido con calor muy alto. 232–288 °C, que es hasta donde llegan muchos hornos domésticos, y ofrece un buen equilibrio entre base crujiente y coberturas bien hechas. Para una pizza napolitana tradicional y de base fina, temperaturas mucho más altas de 427–482 °C son ideales, pero solo se consiguen en hornos de leña o hornos de alta temperatura especializados.

La mayoría subestima la importancia del precalentado. Un horno frío o irregular puede arruinar todo tu esfuerzo. Por eso debes precalentar el horno durante 1 hora.

Cuando por fin sacas esa pizza del horno —borde con “leopardeado”, queso fundido, base fina y crujiente— deja de ser solo comida. Es una experiencia.

Para los toques finales, remata con elementos en crudo tras el horneado. Albahaca fresca, rúcula, prosciutto, aceite de trufa. Todo lo delicado debe ir después para preservar sabor y textura. Y deja reposar solo un minuto. Deja que la pizza repose 1 minuto al salir para que el queso se asiente antes de cortar.

Maxima ha probado y seleccionado hornos y mesas frigoríficas para pizza que ofrecen resultados constantes y de nivel profesional, en casa o en tu restaurante. Herramientas que mantienen la masa a la temperatura perfecta, sostienen un calor estable y te permiten crear pizza tras pizza con la misma base dorada y crujiente y una miga tierna y elástica.

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